El Madroño integra conservación con productividad ganadera

En este predio situado en Casanare, la crianza de semovientes se desarrolla en medio de una gran diversidad de animales y plantas. Es la productividad entendida como una oportunidad para proteger el paisaje.

Cuando alguien quiera hablar de la hacienda El Madroño, una finca extendida en el corregimiento de Punto Nuevo, en Yopal (Casanare), deberá imaginar un triángulo y poner en cada uno de sus lados una o dos palabras. En el primero, productividad. Luego, cuidado ambiental. Y en el tercero, las palabras ‘respeto social’. Esta fusión, luego de agregar algunos otros ingredientes, ha permitido moldear una receta para crear un territorio ejemplo de sostenibilidad.

Es un predio en el que no solo se cría ganado de raza para comercializar su carne. También se cuida el paisaje, en un equilibrio entre capitalismo bien entendido (solidario), que quiere impulsar el bienestar y el progreso personal de sus trabajadores, pero que no olvida la protección de la naturaleza.

La mitad de la superficie de El Madroño es una Reserva de la Sociedad Civil (RSC), que cubre 439 hectáreas y en las que se combinan una zona de amortiguación y otra de conservación propiamente dicha.

En ese espacio, según su Plan de Manejo Ambiental, existen un centenar de especies de plantas terrestres y acuáticas, una docena de anfibios entre los que sobresalen ranas como la del estero (Dendropsophus
mathiassoni) y la rana lechera (Trachycephalus venulosus). Medio centenar de aves, como las corocoras, lechuzas, pájaros carpinteros, gavilanes, cernícalos y azulejos. Y cerca de 20 especies de mamíferos como pumas, yaguarundís, osos palmeros y meleros, venados, monos aulladores, así como chigüiros. A los que se suman reptiles como la tortuga charapa (Podocnemis expansa), en peligro crítico de extinción. Es, en síntesis, un lugar que cumple un rol importante debido a su gran biodiversidad, pero principalmente, por el manejo adecuado que se ofrece a la conservación de toda esa cantidad de recursos biológicos.

Se optimizó la productividad

El nacimiento de El Madroño se remonta al siglo XIX, hace al menos 150 años, cuando hacía parte de los terrenos de una gran finca de los Jesuitas conocida como Sabanas de Tocaría, formada por los hatos Las Margaritas, La Virgen, La Macarena y El Cedral. Luego de dos generaciones, el sector La Virgen fue heredado, en 1982, por Helena Chaparro (hija de Armando Chaparro y Esther Soler) y su esposo Pedro Arreaza, quienes años después le entregaron el mando a uno de sus hijos: Camilo Arreaza.

Hoy, de forma paralela, y en un espacio casi equivalente al que resguarda aquel patrimonio natural de tanto valor
para la Orinoquia, se desarrolla la actividad ganadera.

“Nuestra productividad se ha optimizado. Hace 15 años teníamos 900 animales, con 200 nacimientos al año, que ocupaban 1.500 hectáreas. En la actualidad tenemos 490 cabezas de ganado, en 450 hectáreas y seguimos teniendo los mismos 200 nacimientos”, explica Arreaza.

Es decir, que de las casi mil hectáreas que conforman el predio, hoy solo se hace uso de la mitad, trabajo con el que El Madroño se ha vinculado al Acuerdo Cero Deforestación para la cadena productiva cárnica, para la no deforestación de los bosques naturales de Colombia que impulsa la Alianza por los Bosques Tropicales (TFA), una iniciativa que busca unir al sector público y privado, y a la sociedad civil, para que la producción de bienes agropecuarios de consumo no impulse o estimule la destrucción de nuestros bosques.

Corredores biológicos para la fauna

Cuenta Camilo que todo este trabajo por la preservación comenzó decididamente en el 2010. Y entre muchas otras medidas, destaca que ya no ejecutan aplicaciones masivas y preventivas de antibióticos a los animales. Hay una disminución en el uso de productos de síntesis química y de herbicidas o insecticidas para el control de las moscas y las garrapatas, esto porque se comenzó a trabajar con la raza Velásquez, muy resistente a plagas y enfermedades. Instalaron cercas de acero y eléctricas para aislar las vacas, lo que evita daños al bosque o a la sabana. Y se reconstruyeron los corrales con materiales duraderos.

En la hacienda, los semovientes no van al agua de quebradas o caños, con el riesgo de contaminación que esto implica, porque es el agua el que va al ganado, esto a través de un sistema de bebederos y canecas plásticas. Las zonas de conservación están aisladas y hay un intenso repoblamiento y siembra de especies de árboles nativos como ocobos, cañafístulas, guarataros o aceites.

Todos los trabajadores tienen contratos que les cubren seguridad social, vacaciones y censantías, además de instalaciones para descansar, con la intención de que tengan una calidad laboral adecuada. Hay pozos sépticos y un estricto manejo de los desechos veterinarios. La energía sale de paneles solares y está prohíba la tala de árboles, las quemas y la limpieza total de potreros; esto último permite el crecimiento de matas de monte y el desarrollo de árboles nativos que se han transformado, poco a poco, en corredores biológicos.

“Nosotros también cometimos errores. En los años 80, por ejemplo, transformamos pasturas como si quisiéramos negar la condición natural de la región, que es a su vez una sabana inundable. Pero a veces hay que equivocarse para lograr buenos resultados; la sostenibilidad se basa precisamente en aprender y crecer con base en esas equivocaciones”, opina Arreaza.

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